Duelo en las Highlands, novela romance LGBT enemies to lovers en Escocia, de Nisa Arce

Romance gay contemporáneo de enemigos a amantes en Escocia.

Libro 1 de la saga Highlands.

Sinopsis:

Buenas, permitid que me presente. Soy Greg. Greg McKenzie. El más zanahorio de todos los habitantes de Stonehaven, un pueblo donde nunca pasa nada, o al menos eso creía aquel verano, cuando tuve que regresar tras haber fracasado estrepitosamente en la uni. Pero nada más estar de vuelta, la vida se encargó de meterme una buena colleja para que espabilase.

Resulta que a mi tío —que no es mi tío, pero eso no viene a cuento ahora— le pareció buena idea poner a un encargado al frente de su freiduría, el negocio que yo estaba destinado a heredar tras mi «regreso triunfal». Y de entre todas las opciones disponibles, tuvo que elegir al tío más egocéntrico, arrogante e insoportable de las Highlands: Connor Miles. En resumen, que mi vida daba asco, para variar.

Pero entonces, una mañana, cuando estaba a mi bola leyendo en mi rincón secreto a las afueras del pueblo, vi a Connor bailar. En kilt. Sí, en kilt. También a su bola, como si yo no estuviera delante.

Y todo cambió, no solo porque empecé a cuestionarme si era cierto eso de que «ser escocés es una mierda», sino porque ya no me pude quitar al insufrible de Miles de la cabeza…

 

Tropos:
🏳️‍🌈 Romance LGBT
💔 Enemies to lovers
🏴󠁧󠁢󠁳󠁣󠁴󠁿 Escocia
🤝 Familia elegida

Fragmento de lectura:

—En posición, McKenzie. No vas a parar hasta que consigas marcarte un Fling sin resbalarte.

Me puse en posición. Y bailé. Y bailé. Porque quería que se metiera sus palabras donde le cupieran. ¿Rendirme? ¿Yo? Ya me había rendido con bastantes cosas a lo largo de mi vida como para dar el brazo a torcer.

Caí una vez más, pero me puse en pie sobre la marcha. Connor volvió a reproducir el tema desde el principio. Cada vez que yo volvía a empezar, él lo hacía también. En algún punto, ambos nos sincronizamos. Usé la rabia que me había hecho sentir, mezclada con esa atracción que empezaba a despertar en mí y que juntas formaban un cóctel, tan adictivo que ya lo hubieran querido para sí los drogatas protagonistas de mi libro favorito. Pura energía que volqué en cada paso, en cada salto, en cada aterrizaje fructuoso.

Cuando mi profesor particular se dio por satisfecho, no podía más.

Me dejé caer, esta vez por iniciativa propia, sobre la arena, y ahí me quedé, tendido cuan largo era, recreándome en su textura. A esas alturas el sol ya estaba bastante alto y los primeros visitantes empezaban a llegar al castillo, aunque ninguno se había animado aún a descender hasta la playa.

Connor detuvo la música y se sentó a mi lado. Su kilt también se manchó de arena, pero no pareció importarle.

—¿Tan friki eres de Queen que siempre usas sus canciones? —le pregunté una vez logré incorporarme hasta quedarme sentado, aún sin haber recuperado del todo el aliento.

—No especialmente. Me gusta la música en general.

—¿Entonces?

Connor, con la vista al frente, volvió a dejarme a cuadros con su respuesta:

—El que sí que es un friki de Queen es mi ex. Lo de usar sus canciones por el tempo para ensayar me lo propuso él y me acostumbré. —Como si encontrase divertida alguna especie de broma privada, sonrió y añadió—: Supongo que acabó harto de que me pasara el día escuchando las piezas de las coreografías para memorizarlas.

Si hubiese tenido un cartel de neón para anunciar de forma no demasiado discreta lo que se cocía en mi cabeza, habría contenido apenas un par de palabras. Eso sí, en luces bien chillonas, que se vieran desde la isla de Skye.

«Ex».

«Él».

De nuevo me vino a la memoria lo que me había contado Gádor.

«Cada vez que se sube un chico a su habitación…».

Vamos, que no necesitaba más pistas para saber que Connor era, como mínimo, bi.

—¿Cuál es tu historia, McKenzie? —me preguntó a bocajarro.

Como me quedé sin saber qué decir, giró el rostro. La brisa del mar agitaba su cabellera negra, y el sol hacía que el sudor resaltase sus rasgos.

Tuve que hacer un esfuerzo para que no se me fuera la mirada a sus labios.

—¿Qué quieres saber? —respondí, también sin sutilezas.

—El otro día me dijiste que si tanto te gusta Trainspotting, es porque esa novela es la única que te ha contado la verdad. —Clavó sus ojos en los míos y añadió—: Pues esa verdad.

Respiré hondo, llenándome los pulmones con aire del mar, y alcé la vista al frente.

Nunca se lo había contado a nadie. Ni siquiera a los supuestos amigos que hice en el instituto, a los que no había vuelto a ver y con los que apenas mantenía el contacto.

—Yo no soy de aquí. Bueno, podría decirse que sí, porque llegué cuando no era más que un crío, pero nací en Edimburgo.

Connor permaneció callado junto a mí, atendiendo mientras empezaba el relato a la sombra del castillo de Dunnottar. Y al contrario de lo que cabría esperar, me sentí bien haciéndole partícipe de mi historia. De la historia de Ben. De la historia conjunta de ambos.

Al menos, de la parte de la historia que yo conocía.

 

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