Que la escritura tiene el poder de resultar terapéutica es algo que suele decirse a menudo. También somos muchas las escritoras y los escritores que afirmamos que, si no escribiésemos de forma habitual, nos ahogaríamos. Y sin embargo, no ha sido hasta que me he visto atravesando una larga convalecencia que me he dado cuenta de hasta qué punto escribir puede ser una tabla de salvación en los momentos anímicamente bajos. Por ello me he tomado la libertad de escribirme una carta a mí misma, con la confianza de que reflejar mis temores actuales me ayude a seguir plantándoles cara gracias a las letras.
La vida te puede cambiar en un minuto
Hola, Nisa del futuro.
Te imagino dentro de unos meses, andando de nuevo sin miedo a volver a romperte, y con unos cuantos clavos de titanio en el cuerpo. Pero, sobre todo, te imagino con la confianza en ti misma restablecida y, por qué no decirlo, más fuerte que nunca.
A finales de agosto de 2025, tenías muchos planes. También arrastrabas un cansancio tremendo y una ansiedad por la incertidumbre que te estaba carcomiendo. Notabas que llevabas meses trabajando a destajo, madrugando prácticamente a diario, arañando tiempo de debajo de las piedras, y que aun así todo iba cuesta abajo. Cualquier contratiempo te alteraba en demasía. Estabas de un humor irascible, y aquellos a los que más quieres lo estaban pagando.
Planeaste reeditar libros. Hacer ediciones especiales en papel. Ir a más eventos. Lo tenías todo planeado casi al milímetro, e incluso llevaste a hacer inversiones nada despreciables de cara a lo que estaba por venir.
Y, entonces…
Un tropiezo y todo, absolutamente todo, se desmoronó como un castillo de naipes. El «culpable», un diagnóstico: fractura de tibia, peroné y ligamento. En un abrir y cerrar de ojos, crac. Adiós tobillo sano. Adiós, último cuatrimestre del año.
¿Recuerdas ese momento, cuando gracias al apoyo de tu familia, todo lo urgente se solucionó y te fuiste a dormir ya en casa de tus padres, recién operada y con el pie escayolado en alto, y fuiste consciente de que todos los planes, todo el esfuerzo y la planificación se habían ido al traste?
Fue duro, ¿eh?
Sí, sabías que durante los meses que ibas a estar de baja podrías dedicarte a escribir nuevas obras aunque no pudieras publicarlas, pero lo que no sabías era que tu cuerpo iba a dedicar tanta energía a reconstruir los huesos rotos. Ignorabas que escribir un solo capítulo al día iba a ser tan demandante. Y que incluso habría días en que no tendrías fuerzas para encender el portátil.
Pero tampoco sabías que eras así de fuerte. Que tendrías la sangre fría de enfrentarte a situaciones peliagudas. Que tendrías la paciencia y resiliencia necesarias para afrontar una recuperación larga.
Y, sobre todo, aunque hubo momentos en que pensaste que todo pintaba demasiado negro, no dejaste de creer en ti misma como escritora. Sobre todo, no dejaste de sentir que saldrías de esta.
Qué demonios. ¿Cómo ibas a dejar de creer en ti misma como escritora si mientras estabas en la ambulancia, ya ibas pensando que «esto que estoy viviendo algún día lo usaré para una historia»?
Estoy segura de que de ahora en adelante, te vas a tomar tu carrera tan en serio como siempre, pero también con más calma.
Que vas a aprender a gestionar tu tiempo y, sobre todo, tus energías de otra forma. Que no vas a volver a estar en el punto de extenuación al que habías llegado antes del accidente.
Dicen que todo (o casi todo) pasa por un motivo. Y vale que tú nunca has sido lo que se dice creyente, pero, quién sabe, quizás todo esto por lo que has pasado te ha venido bien para obligarte a hacer una pausa.
No olvides nunca que escribir es terapéutico. Que cuando estabas prácticamente encerrada entre cuatro paredes, del sofá a la silla de ruedas y vuelta a empezar, gracias a que tu cabeza volaba lejos por espacio de un par de horas, poniéndote en la piel de personajes que vivían otras realidades distintas a la tuya, el tiempo pasaba más rápido.
Escribir y leer siempre han sido tu refugio. Lo fueron durante esta etapa de la que estás saliendo. Continuarán siéndolo.
Y no olvides el cariño que te enviaron todas las personas que se leen tus historias. Las palabras que te mandaban y que te dibujaban una sonrisa y te calentaban el corazón.
Esas personas también te escribieron, y gracias a ellas sanaste un poquito más deprisa.
Porque, en ese sentido, escribir también es terapéutico.
Nunca te rindas.
Un saludo de tu yo escayolado de finales de septiembre de 2025.